Cual adolescentes.


Nos atiborramos de abrumadoras categorías sinónimas de vergüenza. Impúdicos, profanos, libertinos, descarados, pecadores, sucios, insolentes, impíos, bestiales, obscenos, livianos, terrenales, hedonistas, falibles, grotescos. No obstante…

Cual adolescentes con fuego en la entrepierna nos deshacemos con premura de la sentencia de nuestro tribunal de guerra. Con la misma vehemencia nos despojamos de la ropa, si es posible sólo de la suficiente. Las engorrosas prendas siempre sucumben como el prejuicio y el dedo índice; su destino está en el suelo donde cualquiera puede pisarles. Sí, cuando éramos adolescentes y cuando crecimos, cuando comenzamos a pagar las cuentas y a dejar de pagarlas, esa etapa de mierda en que gustamos de llamarnos adultos, maduros, encomiables personas de familia, en ese momento en que el matrimonio nos convierte también en conspicuos adúlteros. Cuando el Viagra y el lubricante de sabor son imprescindibles invitados al carnaval de invierno; porque el pene requiere ahora asistencia médica para empoderarse  y en consecuencia ya no es falo. Llegada esta última y triste estación, seguirá siendo imposible ignorar que la vida concluye cómo comienza. En un orgasmo (no siempre voluntario).

Manu.


Ilustración de Suzanne Ballivet.

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